La vida es extraña y a según qué edad, confunde. En otras ocasiones, acaricia con
dulzura. Sea como fuere, hay quienes desean recordarlo a color y dolor en la piel. Al autor de este libro le sucedió algo parecido hace veinte años. Veinte años más tarde, tras observar cómo la tinta conquistaba los cuerpos de las multitudes, ha descubierto el porqué.
Los tatuajes han adornado las pieles desde antiguo. Son (casi) siempre para la mirada
ajena, pero ese otro que mira ha variado sus demandas a lo largo de la historia y sus
significados han evolucionado conforme las civilizaciones caían. La oralidad insertó con
ellos a los individuos en las tramas divinas. El alfabeto los menospreció como una
debilidad de la voluntad. Fueron recuperados al tiempo que el capitalismo creó un espectáculo de intercambios obsolescentes. Y gracias a ellos hay quien se resiste a la dispersión digital.
Cuatro capítulos para cuatro eras históricas, escritos en cuatro estilos diferentes. Peinando la ficción y la realidad, tonteando con el teatro y la novela, acariciando la historia y la glosa, este ensayo poco ortodoxo elogia y refuta los tatuajes.